Cuento Ficcional

El Parque de Palomas

Camino por las calles de San Juan frecuentemente pero solo en mis sueños. He visitado la ciudad varias veces y cada vez la veo. Allí parada al lado del parque de palomas, vigilando todo. Pero es solamente allí donde la veo. Nunca la he visto en otro sitio y no hay otro sitio que me recuerde más de ella. Me encuentro caminado por la calles para ver si la puedo ver, pero nunca la encuentro. Varias veces cuando empieza a caminar la persigo, pero cuando pasa Santa Catalina, se desaparece, y no la vuelvo a ver hasta la próxima vez que me la encuentro al frente del parque. Camino por el resto de la ciudad sin sentido. Camino y me siento perdida sin verla.
Decidí hoy no ir al parque. Me moleste con ella aunque no hay razón. Pero eso es algo que siempre ha sido un problema mío; me moleste con las cosas que no entiendo. Camino por el morro y aún que sé que no la voy a ver, cada esquina que biro, la busco. El olor del mar me calma; ese olor que he olido desde el día que nací es mi medicina, mi droga, y mi paz. Cierro los ojos y me pongo a pensar en ella. ¿Quién es? ¿Cómo se llama? ¿Por qué siempre está allí? Las preguntas que corren por mi mente me empiezan a dar un dolor de cabeza. Abro los ojos, miro al cielo, y me da una sensación de desesperación de conocerla. La desesperación me vuelve loca y me da hasta náusea. Tengo que conocerla.
Me paro y salgo corriendo. Corre por la Calle del Morro y sigo sin para a ver la belleza que es esta isla mía. Llego a la Calle San Sebastián, esta calle que me enamoro con cada vez que la veo. Pero hoy no; hoy ni admiro los colores coloniales y las personas que me dicen hola.
Finalmente llego a Calle del Cristo. Me paro a respirar pero sé que tengo que seguir. Otra vez me da el olor del mar, suspiro una vez, y empiezo a caminar, luego a correr. Las personas que me vean tienen que pensar que soy una loca, pero no me importa. Paso todos los restaurantes que amo y la Catedral de San Juan Bautista, donde me he arrodillado a rezar más veces que puede contar, y aun que corro con más despacio al frente de las cruces y las estatuas de nuestro Jesús Cristo, no paro.
Finalmente llego a la intercesión de las calles. Antes de redondear la calle, me paro. Es verdad que me parezco una loca, pero tengo que averiguar por qué me siento así. Empiezo una lucha mental con mi misma. Y siento otra vez esas náuseas y la desesperación, y sin pensar empiezo a caminar hacia el parque.
Pero allí no está. No está mi viejita esperando. Siento un dolor en el pecho, una tristeza, y una decepción. Me siento en la calle, allí sola, sin las contestaciones a mis preguntas, perdida. Y ahí me da otra vez, el olor del mar. Ese olor que me consolada desde niña. Que me consoló el día que murió mi abuela y el próximo día donde pase todo el día en este parque, su parque favorito, llorando. Donde por primera vez, la vi, parada en la esquina; mi viejita linda mirándome.

Y me despierto, cada vez, sudando, queriendo regresar a verla otra vez.


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